miércoles, 25 de enero de 2017

LA EMPRESA MILITAR DE MELILLA, AÑO 1497: SANLÚCAR DE BARRAMEDA Y LA CASA DUCAL[1]


Jesús VEGAZO PALACIOS



Este año se conmemora una efemérides de connotaciones muy especiales para el pueblo de Melilla: se cumple el quinto centenario de su ocupación por la Corona pero conviene no tener amnesia histórica y valorar el importante papel desempeñado por la Casa Ducal de Medina Sidonia y las gentes de Sanlúcar en dicha empresa militar.

La caída del reino nazarí el día 2 de enero de 1492 en manos de los ejércitos de los Reyes Católicos significó el final de la Reconquista y la huida masiva de muchos de los vencidos que no deseaban integrarse en la represiva sociedad cristiana. El rey Boabdil y todo su cortejo palatino se trasladaron por vía marítima a las costas norteafricanas, desembarcando en Cazaza, a unos 18 kilómetros de Melilla a finales de octubre de 1493.

Los estrategas militares y los consejeros de los Reyes Católicos observaban con recelo estos asentamientos de infieles al otro lado del Estrecho, aduciendo argumentos de carácter político y geoestratégico en los que se subrayaban la potencial amenaza que suponía su reorganización para el mantenimiento de la seguridad peninsular.

Ciertamente, estaban profundamente preocupados por quebrar el dominio de la piratería berberisca en las proximidades de las costas de Andalucía, cuyas incursiones tierra a dentro ocasionaban grandes daños. Parecía preciso establecer cabezas de puente en dichas costas norteafricanas que pusieran freno a esta amenaza permanente.

Con tal deseo y antes de tomar una decisión precipitada, los Reyes Católicos decidieron enviar agentes reales para que proporcionasen información fiable sobre el terreno de la verdadera situación respecto a las divisiones políticas del norte de África: un complejo conglomerado de emiratos independientes y ciudades estado enfrentados entre sí por consolidar la hegemonía en el área revelaban, con fundamento, la debilidad del eterno enemigo. Comenzaron a arribar a sus costas algunos de los espías más cualificados.

En 1494, Fernando de Zafra, agente personal de Fernando II, obtuvo resultados sorprendentes a sus pesquisas: al parecer, en Marruecos se había tomado la decisión de abandonar la costa y algunos reyezuelos como los de Tlemecen y Fez habían entablado una sangrienta lucha, dejando casi despoblada toda aquella zona. Zafra propuso el núcleo de Melilla, dada su envidiable situación estratégica, al tratarse del punto de llegada de las caravanas de oro procedentes del Sahara.

En ese mismo año, el pontífice Alejandro VI mediante bula papal concedió indulgencias plenarios de cruzado para la guerra de África, admitiendo la Santa Sede en 1495 los derechos territoriales de la Monarquía Hispánica sobre los territorios al este de Marruecos.

Otro informe presentado por el comendador Martín Galindo, radicalmente opuesto al de Zafra, acabó por desalentar definitivamente a los Reyes Católicos en su empresa conquistadora; informó de que, de tomarse militarmente Melilla, antes se produciría “una carniceria de cristianos que poblacion dellos”.

Fue cuando entró en acción el gobernador de Andalucía, don Juan Alonso de Guzmán, III duque de Medina Sidonia, quien se arriesgó, por sí solo, a enviar una expedición militar para ocupar definitivamente la plaza de Melilla.

Conseguida la autorización regia, don Juan Alonso, como buen hombre de Estado y evitando cometer algún irreparable error por la premura del tiempo, diseñó un meticuloso plan. Hizo embarcar a su comendador Pedro de Estopiñán y Virués con destino a la península de Tres Forcas para que, bajo la apariencia de un honrado mercader, diagnosticase el potencial militar de los moros.

Tras el regreso de tierras africanas de Estopiñán con magníficas noticias que confirmaban la debilidad de las defensas del enemigo y teniendo la plena seguridad del duque del éxito de la empresa, sin dejar ningún cabo suelto, consiguió organizar un ejército privado formado por más de cinco mil hombres a pie “e alguna gente a cavallo”, salidos de las levas hechas en las villas y ciudades de sus señoríos.

La Armada parte del puerto de Sanlúcar de Barrameda en el caluroso mes de septiembre de 1497. Todos los navíos iban cargados de “mucha harina, vino, tocino, artillería, espingardas e toda monicion”, además de cal y madera para reedificar la ciudad. Comandaba la expedición Pedro de Estopiñán, contador del duque, quien hizo gala de unas magníficas dotes de estratega. Durante toda la singladura acompañó un buen tiempo marítimo. Con el propósito de no llegar a plena luz del día, se acordó detener todos los navíos y bajeles y arribar caída ya la noche. Con la oscuridad como mejor aliado, desembarcaron “un enmaderamiento de vigas que se excavan e tablazón que llevavan hecho de Hespaña”.

Los hombres trabajaron sin descanso, erigiendo murallas y torres de vigilancia. Al amanecer, los moros alárabes, quienes el día antes habían visto la ciudad de Melilla destruida, al contemplar la vigorosa reconstrucción militar y escuchar los atronadores cañonazos de la artillería y de los tambores, llegaron al convencimiento de que en ella no había cristianos sino diablos. Huyeron despavoridos e hicieron correr esta noticia por las comarcas próximas y los pueblos cercanos.

Al cabo de un cierto tiempo, los moros se unieron y volvieron para reconquistar la ciudad pero los adarves de las murallas y las almenas estaban ya consolidados. La infantería ducal repelió el ataque con facilidad tras las murallas. Oleadas sucesivas ocasionaron desperfectos en los adarves y en las torres defensivas, cuya reparación obligó a don Juan Alonso desembolsar la cantidad nada despreciable de “doze quentos de maravedís”.

Al frente de la ciudad de Melilla se puso por alcaide al capitán Gómez Suárez, criado del duque quien había sido también alcaide de su villa de Chiclana, “esforzado cavallero en la guerra” y hombre de confianza. Tras estos acontecimientos, regreso Pedro de Estopiñán a Sanlúcar para informar de todo a don Juan Alonso.

La ocupación de Melilla el día 17 de septiembre de 1497 fue recibida con júbilo por los monarcas Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, un mes después. Envían una carta al duque de Medina Sidonia en la que se congratulaban por esta noticia y le hacía saber que con ella había podido mitigar en parte el dolor causado por el fallecimiento del heredero al trono el príncipe don Juan, “porque esperamos de Dios, que desto será mucho servido”.




[1] Artículo publicado por el periódico Sanlúcar Información. La torre de babel. Historia, página 16. Del 22 al 28 de marzo de 1997.

No hay comentarios:

Publicar un comentario