LA EMPRESA MILITAR DE MELILLA, AÑO
1497: SANLÚCAR DE BARRAMEDA Y LA CASA DUCAL[1]
Jesús VEGAZO PALACIOS
Este año se conmemora una efemérides de connotaciones
muy especiales para el pueblo de Melilla: se cumple el quinto centenario de su
ocupación por la Corona pero conviene no tener amnesia histórica y valorar el
importante papel desempeñado por la Casa Ducal de Medina Sidonia y las gentes
de Sanlúcar en dicha empresa militar.
La caída del reino nazarí el día 2 de enero de 1492
en manos de los ejércitos de los Reyes Católicos significó el final de la
Reconquista y la huida masiva de muchos de los vencidos que no deseaban
integrarse en la represiva sociedad cristiana. El rey Boabdil y todo su cortejo
palatino se trasladaron por vía marítima a las costas norteafricanas,
desembarcando en Cazaza, a unos 18 kilómetros de Melilla a finales de octubre
de 1493.
Los estrategas militares y los consejeros de los
Reyes Católicos observaban con recelo estos asentamientos de infieles al otro
lado del Estrecho, aduciendo argumentos de carácter político y geoestratégico
en los que se subrayaban la potencial amenaza que suponía su reorganización para
el mantenimiento de la seguridad peninsular.
Ciertamente, estaban profundamente preocupados por
quebrar el dominio de la piratería berberisca en las proximidades de
las costas de Andalucía, cuyas incursiones tierra a dentro ocasionaban grandes
daños. Parecía preciso establecer cabezas de puente en dichas costas
norteafricanas que pusieran freno a esta amenaza permanente.
Con tal deseo y antes de tomar una decisión
precipitada, los Reyes Católicos decidieron enviar agentes reales para que
proporcionasen información fiable sobre el terreno de la verdadera situación
respecto a las divisiones políticas del norte de África: un complejo
conglomerado de emiratos independientes y ciudades estado enfrentados entre sí
por consolidar la hegemonía en el área revelaban, con fundamento, la debilidad
del eterno enemigo. Comenzaron a arribar a sus costas algunos de los espías más
cualificados.
En 1494, Fernando
de Zafra, agente personal de Fernando II, obtuvo resultados sorprendentes a
sus pesquisas: al parecer, en Marruecos se había tomado la decisión de
abandonar la costa y algunos reyezuelos como los de Tlemecen y Fez habían entablado
una sangrienta lucha, dejando casi despoblada toda aquella zona. Zafra propuso
el núcleo de Melilla, dada su envidiable situación estratégica, al tratarse del
punto de llegada de las caravanas de oro procedentes del Sahara.
En ese mismo año, el pontífice Alejandro VI mediante
bula papal concedió indulgencias plenarios de cruzado para la guerra de África,
admitiendo la Santa Sede en 1495 los derechos territoriales de la Monarquía
Hispánica sobre los territorios al este de Marruecos.
Otro informe presentado por el comendador Martín Galindo, radicalmente opuesto al
de Zafra, acabó por desalentar definitivamente a los Reyes Católicos en su
empresa conquistadora; informó de que, de tomarse militarmente Melilla, antes
se produciría “una carniceria de cristianos
que poblacion dellos”.
Fue cuando entró en acción el gobernador de
Andalucía, don Juan Alonso de Guzmán,
III duque de Medina Sidonia, quien se arriesgó, por sí solo, a enviar una
expedición militar para ocupar definitivamente la plaza de Melilla.
Conseguida la autorización regia, don Juan Alonso,
como buen hombre de Estado y evitando cometer algún irreparable error por la
premura del tiempo, diseñó un meticuloso plan. Hizo embarcar a su comendador Pedro de Estopiñán y Virués con destino
a la península de Tres Forcas para que, bajo la apariencia de un honrado
mercader, diagnosticase el potencial militar de los moros.
Tras el regreso de tierras africanas de Estopiñán con
magníficas noticias que confirmaban la debilidad de las defensas del enemigo y teniendo
la plena seguridad del duque del éxito de la empresa, sin dejar ningún cabo
suelto, consiguió organizar un ejército privado formado por más de cinco mil
hombres a pie “e alguna gente a cavallo”,
salidos de las levas hechas en las villas y ciudades de sus señoríos.
La Armada parte del puerto de Sanlúcar de Barrameda en el caluroso mes de septiembre de 1497.
Todos los navíos iban cargados de “mucha
harina, vino, tocino, artillería, espingardas e toda monicion”, además de
cal y madera para reedificar la ciudad. Comandaba la expedición Pedro de
Estopiñán, contador del duque, quien hizo gala de unas magníficas dotes de
estratega. Durante toda la singladura acompañó un buen tiempo marítimo. Con el
propósito de no llegar a plena luz del día, se acordó detener todos los navíos
y bajeles y arribar caída ya la noche. Con la oscuridad como mejor aliado,
desembarcaron “un enmaderamiento de vigas
que se excavan e tablazón que llevavan hecho de Hespaña”.
Los hombres trabajaron sin descanso, erigiendo
murallas y torres de vigilancia. Al amanecer, los moros alárabes, quienes el día antes habían visto la ciudad de Melilla
destruida, al contemplar la vigorosa reconstrucción militar y escuchar los
atronadores cañonazos de la artillería y de los tambores, llegaron al convencimiento
de que en ella no había cristianos sino diablos.
Huyeron despavoridos e hicieron correr esta noticia por las comarcas próximas y
los pueblos cercanos.
Al cabo de un cierto tiempo, los moros se unieron y
volvieron para reconquistar la ciudad pero los adarves de las murallas y las
almenas estaban ya consolidados. La infantería ducal repelió el ataque con
facilidad tras las murallas. Oleadas sucesivas ocasionaron desperfectos en los
adarves y en las torres defensivas, cuya reparación obligó a don Juan Alonso
desembolsar la cantidad nada despreciable de “doze quentos de maravedís”.
Al frente de la ciudad de Melilla se puso por alcaide
al capitán Gómez Suárez, criado del
duque quien había sido también alcaide de su villa de Chiclana, “esforzado cavallero en la guerra” y
hombre de confianza. Tras estos acontecimientos, regreso Pedro de Estopiñán a
Sanlúcar para informar de todo a don Juan Alonso.
La ocupación de Melilla el día 17 de septiembre de
1497 fue recibida con júbilo por los monarcas Fernando II de Aragón e Isabel I
de Castilla, un mes después. Envían una carta al duque de Medina Sidonia en la
que se congratulaban por esta noticia y le hacía saber que con ella había
podido mitigar en parte el dolor causado por el fallecimiento del heredero al
trono el príncipe don Juan, “porque
esperamos de Dios, que desto será mucho servido”.
[1] Artículo publicado por el periódico Sanlúcar Información. La torre de babel.
Historia, página 16. Del 22 al 28 de marzo de 1997.